La cultura de la cancelación como acción pública viene siendo ejecutada por terceros, quienes condenan al ostracismo a personas incómodas o transgresoras por su postura política, y debido a la virtualidad de los medios sociales se convierte en etiquetas de supervisores
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El escenario más común de la cancelación es el medio social donde, por supuesto, las protestas y la negación son actos reiterativos del ciclo de la sanción que contribuyen a ignorar los procesos de la convocatoria a la cancelación y de la defensa activa de la cultura de la cancelación. No obstante, lugares de concurrencia física y pública como campus universitarios, ferias, auditorios, museos, tiendas, teatros, también son dimensiones propicias para ejercer la cancelación como un enfoque de la retribución desde el cual se imparte justicia propia.
Regularmente el código “ojo por ojo”, entronizado en la creencia, se ha mantenido a lo largo de la historia en las religiones pues “más te vale entrar tuerto en el reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos al infierno”. En la tradición cristiana, verbigracia, el castigo a Adán y a Eva fue su expulsión del jardín del Edén al momento en que violaron las reglas de Dios. En el Corán, el retribucionismo es solo para aquellos desobedientes o malvados, en el Dhammapada budista es consecuencia de las malas acciones y en el Bhagavadgita hindú se obtiene por el mal karma.
El mundo tangible ha sido testigo presencial de clases de justicia retributiva: quema de libros en plazas, degradación de editores por aprobar títulos, despidos de periodistas cuando se desvían de la línea editorial del medio y agresiones o vituperios a colectividades en lugares públicos. Lo más impactante de la cancelación ha sido remover al individuo de su cargo, prohibir su entrada o su discurso, dejar de nominarlo en un corporativo, negarlo o bloquearlo en las cuentas de los medios sociales y hasta cancelar su contrato laboral.
Eso último le ocurrió al vendedor Daniel Maples el 27 de junio de 2020, luego que los clientes dentro del Costco Gulf Coast Town Center de Fort Myers (Florida: USA) le pidieron usar el tapabocas para protección al Covid. Su respuesta fue gritar “Me siento amenazado” y avanzar hacia los clientes. Uno de aquellos, un director local de cine, lo grabó en video que publicó en Twitter y en menos de 24 horas la identidad del hombre ya había sido revelada. Afrontando el riesgo a la reputación corporativa, su empleador ─Ted Todd Insurance─ y un ejecutivo de la empresa, Charley Todd, anunciaron que Daniel había sido cancelado de su trabajo.
En otras ocasiones la cancelación es un modo personal que asume un individuo contra un amigo o conocido. Por ejemplo, el actor Daniel Radcliffe, quien interpretó a Harry Potter, se distanció de la posición de la autora cuando ella habló en público contra las mujeres transgénero. Críticos de la cancelación han denunciado esta práctica elevándola a un generalizado cambio cultural y referida como cultura de la cancelación. Estos censores, situados a menudo en la derecha ideológica, en ocasiones perciben la cancelación como un repudio reaccionario de los progresistas y una guerra contra las ideas conservadoras del activismo digital.
Ante los hechos, la cancelación es realizada únicamente por terceros quienes se autodeterminan ‘Supervisores’ de las normas legales y morales y, por tanto, asumen el derecho de transgredir enviando al cancelado al ostracismo.
La escritora afrocanadiense musulmana, Sarah Hagi, preguntó en noviembre de 2019 por la revista Times si ¿la cultura de la cancelación ha ido demasiado lejos? Para ella, “no es real, al menos no de la forma en que la gente cree”. En cambio, afirma que se ha convertido en un comodín cuando las personas con cierta notoriedad enfrentan consecuencias por sus acciones o reciben del público cualquier tipo de crítica.
Como flagelo por la difamación, la cancelación es un distorsionado punto de vista del Derecho a la Libertad de Expresión y una autoapropiación del Principìo de la Retribución ya que solo la institucionalidad que ejerce justicia bajo normas legales del derecho constitucional puede procesar a los individuos. Mientras que, como etiqueta, la cultura de la cancelación se materializa en medios sociales y en escenarios físicos, lo cual repercute en el entorno privado, personal y social del cancelado afectando su vida profesional y personal.
Por tanto, con base en la teoría de las normas sociales, y siendo cual fuere la perspectiva de la cancelación, las consecuencias consisten en excluir a sujetos por violar normas morales y en retirar apoyos a figuras públicas o a empresas por algo individualmente objetable. De modo que la cancelación y la cultura de la cancelación son acciones desiguales, en tanto las repercusiones de una y otra no afectan por igual a las personas canceladas, como los casos del tendero en Florida y del actor británico.
Repitiendo, el evento de cancelar es promulgado por la gestión de terceros quienes se apropian del manto de la supervisión mientras que, en la cultura de la cancelación subyace algún elemento de la teoría de las normas sociales interpretado de modo estropicio. Pero ambas actitudes generan efectos por la exclusión del cancelado.
Si bien ese aislamiento sufrido por la cancelación se inicia con una exposición difamatoria del individuo cancelador termina con otras formas sociales más violentas y discriminatorias para el cancelado, tales como: recopilar y publicar información suya o de su grupo, sin sus consentimientos, con el objetivo de dañar su trayectoria pública y profesional (doxing); negar la oportunidad a alguien para aportar sus ideas públicamente porque el cancelador cree que esas creencias son peligrosas o inaceptables (deplatforming) o las más recientes: denigrar a las mujeres blancas irritantes y abusadoras por sus privilegios o denunciar situaciones racistas provocadas por mujeres blancas (Karen), como ha acontencido desde el surgimiento del movimiento Black Lives Matter.
Algunas motivaciones
1) Cuando produce exclusión, la extendida cultura de la cancelación sobrepasa al Derecho a la Libertad de Expresión por ser un juicio arbitrario no objetivo y por cuanto el resultado de la acción es la proscripción a un individuo con su consiguiente afectación personal, familiar y social. Con esa oportunidad se reconoce que el cancelador confronta las normas sociales con sus propias reglas morales, que hace predominar.
Un primer asunto del sistema teórico de las normas sociales analiza la cancelación protegida por una libertad de expresión absoluta: el cancelador ejerce su acto con el poder de la manipulación sobre la persona denunciada y lo convoca a través de la mediación entre los miembros del medio social, publicando iniciales mensajes de denuncia sobre el punible comportamiento transgresor. Por tanto, con base en la cuestión jurídica general del Derecho a la Libertad de Expresión en sentido amplio, la justificación demostrable de esta cancelación impone estudiar si las limitaciones a la libertad de expresión pueden estar “argumentadas en una sociedad libre y democrática” mediante una legislación de incitación al odio.
En las ocasiones moderadas, el Derecho a la Libertad de Expresión ofrece sensibilidad, solidaridad y hasta educación ya que protege del malestar que ocasiona aquella cultura al leer angustiantes respuestas en medios sociales acerca de la culpa de las víctimas, la humillación a las putas, los chistes sobre violaciones, etc.
Una propuesta de Michalinos Zembylas, profesor de Teoría de la Educación y Estudios Curriculares en la Universidad Abierta de Chipre, se encauza a que ─además de enfatizar el pensamiento crítico, la alfabetización mediática, el debate y la argumentación─ “los programas de formación docente destinados a orientar a los profesores para que aborden la cultura de la cancelación, deben evitar reproducir esas formas en que las redes sociales la enmarcan con rutinas individualizadas y psicologizadas e instar a prestar atención ante las cuestiones estructurales de segregación e injusticia”.
2) Desde los estudios de medios comparados, Jose van Dijck ─autora, investigadora y profesora de la Universidad de Ámsterdam─, en su ensayo de 2013, “La cultura de la conectividad: Historia critica de los medios sociales” descifraba el compromiso oculto de cada plataforma, así: Facebook mantiene el imperativo de “compartir”; Twitter reproduce la paradoja entre “seguir” y “marcar tendencias”; Flickr se balancea entre la comunidad y el comercio; YouTube exacerba el vínculo íntimo entre televisión y comentar videos. De manera que preguntaba, ¿Cuáles son los detalles culturales e ideológicos de este ecosistema que al parecer lo interconecta sin fisuras?
En efecto, las prácticas en línea son meras bases algorítmicas de una socialidad para quedar atrapados, el régimen de propiedad privada de las tecnológicas es una integración vertical de la interoperabilidad donde consumimos cercados y los intentos fallidos por abandonar la conectividad no dejan salida debido a la ideología circulante. En últimas, “las conversaciones digitales” se han dirigido hacia sucesos plenamente subjetivos que confunden expresión personal propia de la democracia liberal con mercantilización de la peculiar identidad, afectando por tanto los derechos a la intimidad y la honra.
3) Desde la ciencia política también se estudian las perspectivas de la confianza pública en los sistemas democráticos. Para la politóloga Pippa Norris de Harvard University, la cancelación expresada por los progresistas se está apoderando de los campus universitarios al silenciar las voces conservadoras y los panoramas diversos en cuestiones de racismo, etnicidad, acoso sexual, misoginia, identidades de género no binarias y transfobia.
Así lo evidenció en el proyecto que moderó entre enero de 2023 a diciembre de 2025, “Trust in European Democracies”. Fue una investigación científica comparativa integral en 12 países de la Unión Europea (UE), incluida Ucrania, sobre las percepciones de la confianza y de la credibilidad públicas. Es decir, la confianza política considerada factor de estabilidad del régimen se asocia con las democracias representativas.
Por tanto, cuatro dimensiones enmarcaron el impacto del proyecto, i) comunicacional: facilitar el establecimiento de un nuevo paradigma de confianza política y la aparición de nuevas ideas sobre los orígenes multifacéticos de la confianza política mediante la publicación de los resultados en medios académicos; ii) político: debido a esas nuevas referencias, reactivar la gobernabilidad democrática y un marco normativo para mejorar la rendición de cuentas, la transparencia, la eficacia, la fiabilidad de las instituciones políticas y la agenda nacional y de la UE con el fin de estabilizar y consolidar las instituciones; iii) económico: preveer una reconstrucción del capital social vertical con alta cohesión social y baja conflictividad; y, iv) misión general: obtener mayor participación de los ciudadanos y de la sociedad civil mediante la educación, la comunicación política, el pluralismo de los medios de comunicación, las campañas de ONGs, entre otras.
4) Un cuarto itinerario al estudio del peligroso reproche a conductas que no constituyen delitos se relaciona con el derecho penal a partir del poder punitivo sin regulación. La cultura de la cancelación se puede convertir en ejercicio arbitrario de la fuerza excluyendo así la jurisdicción del Estado, que mantiene el orden en el complejo sistema social y lo utiliza para proteger bienes jurídicos indiscriminados ante agresiones injustificadas.
La causa visible de aquel actuar por fuera de las vías legales para conseguir un derecho propio produce que los debates se construyan dentro de los medios sociales, como ocurre en X (antes Twitter), en la plataforma rusa Telegram, en la red social de origen chino TikTok, entre otros. Esos contenidos atraviesan las barreras geográficas, llegan a más cantidad de usuarios localizados en diferentes partes del mundo y pueden también influir en el aumento de la participación social de la cancelación. El motivo invisible, por el contrario, ocasiona que “no siempre advertimos que tales debates en alguna medida se van volviendo irrelevantes ante las nuevas formas de comprender y de analizar el mundo”, según se lee en el libro “La vida en línea: El impacto de las redes sociales en todo lo que hacemos” del Licenciado en Derecho, Miguel Carbonell.
No obstante, una sistematización de casos de cancelación da cuenta de tres vertientes de defensa desde el cancelado: una conducta no condenada pero con repercusiones y reproches severos para quien cancela; un comportamiento inmoral de escasa gravedad penal; y comportamientos ilegales que no ameritan pena.
Ejemplo del primer escenario es el suicidio el 31 de agosto de 2019 en Winnipeg (Canadá) del desarrollador de juegos Alec Holowka quien fuera acusado en redes sociales de abuso físico, sexual y sicológico por su pareja sentimental Zoë Quinn. Al divulgar su violencia íntima en las campañas de ciberacoso, usando los hashtags #gamergate y #Metoo, fue cancelado en su trabajo y en su vida social. Su situación depresiva entonces lo llevó al suicidio sin que fuera escuchado o hubiera podido defenderse de las acusaciones ante un juez, invocando un proceso penal.
Con base en las noticias publicadas la primera semana de septiembre de 2019, por Diana Davison en Post Millenial ─“Allegations that led to Alec Holowka’s suicide need proper scrutiny”─ y Rick Rottman en su blog bentcorner ─“Zoë Quinn accuses Alec Holowka of sexual abuse, he then kills himself”─, las declaraciones de la expareja fueron tardiamente borradas de las redes pues el tribunal de la opinión pública ya lo había sentenciado.
Los comportamientos inmorales de escasa gravedad penal para el cancelado también son ilustrativos. Resulta que el 9 de noviembre de 2017, The New York Times informó que cinco mujeres comediantes acusaron al actor y escritor estadounidense Louis C. K. (Louis Alfred Székely) de proponerles que lo vieran masturbarse. Ese mismo día, el propio actor admitió su culpa y expresó remordimiento por el daño causado y el abuso de poder. No obstante, las distribuidoras de sus películas cancelaron los estrenos, su espectáculo en vivo “The Late Show with Stephen Colbert” también fue cancelado, HBO canceló su presencia en un especial benéfico para la televisión y eliminó de sus servicios on-demand sus comedias, la compañía The Orchard anunció que no iba a distribuir “I Love You Daddy” y dos coprotagonistas de su película dejaron de participar en la promoción del filme. Aún hoy se le critica y acusa por su comportamiento del pasado, según informa el portal well+good.
De la última vertiente fue protagonista el reconocido golfista Eldrick “Tiger” Woods, quien el 27 de noviembre de 2009, después de su accidente de tránsito, informó sobre su repetida infidelidad a su esposa, la modelo sueca Elin Nordegren. Ese comportamiento íntimo lo obligó a pagar el incumplimiento de su contrato matrimonial pero la esfera pública criticó al deportista fuertemente y muchos de sus patrocinadores lo cancelaron, según divulgó en Bleu Magazine, el periodista Justin Wallace.
5) El actual dispositivo de control social se asienta en la cultura de la cancelación desde imperativos morales, como alternativa frente a la ineficacia y/o la complicidad de las instituciones judiciales al no fallar las denuncias.
Para la Sociología, durante la sindemia del Covid-19, bien pudo ocurrir la supremacía del móvil y el crecimiento de la audiencia en internet como consolidación de una nueva modalidad del poder. Una posible causa estribaría en la no existencia de la interpelación discursiva de los sujetos [leáse como no se debaten argumentos] y que, en el último lustro, ha habido radicalización de las posturas político-ideológicas debido a la crisis económica y a las nuevas legislaciones y normativas post-pandémicas.
Aunque la medición del consumo digital no indica relación con el enjuiciamiento comunitario, el informe “Perspectivas del escenario digital latinoamericano” de Comscore revelaba, entre marzo a septiembre de 2020: “alto incremento en las cifras de páginas web vistas en Argentina, Brasil y Perú”, “185% más de personas informadas en últimas noticias por internet en Argentina, Brasil y México”, “334 horas de tiempo promedio por visitante web en Argentina, Brasil y México”, “las categorías de mayor consumo digital en América Latina fueron: mensajería instantánea, 127%; educación, 64% y noticias sobre negocios y finanzas, 56%”; “las aplicaciones colaborativas en la región tuvieron un alza sostenida durante la sindemia, siendo Zoom la de mayor crecimiento 2,711%, Telegram 71% y Google Meet 44%”.
Límites al reproche
De la misma manera en que el derecho penal sincroniza la justicia con base en los límites al judicializado por presuntamente cometer un delito ─como la presunción de inocencia, el debido proceso, la proporcionalidad entre pena y daño ocasionado, etc.─ la cultura de la cancelación los debe respetar por igual. Pero por el contrario, viraliza el error y elimina al sujeto lo que termina desprotegiendo sin justicia al cancelado, sus prerrogativas y otorgando a otros sujetos el poder de juzgar y condenar. Así se configura por la fuerza el tribunal de la opinión pública.
Además, el absolutismo de ciertas orientaciones comunes y el extremismo de los discursos por el sesgo ideológico son factibles de ser calificados “proliferación de dispositivos para la cancelación”. De esta manera el profesor argentino, Jonathan Enrique Prueger, licenciado en Sociología y becario del Instituto de Investigaciones Gino Germani/Conicet, lo conceptúa: los dispositivos de cancelación potencian radicalizaciones totalitaristas de registros ideológico-culturales, y al ser ejecutados suscitan la reactualización de los imperativos categóricos morales relacionados con las conductas.
La conclusión que expusó Prueger, en la XI Jornada de Sociología de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata (Argentina), es que operar la cancelación mediante los discursos y las creencias genera “la eliminación del opuesto ─y desde allí profundizan una fractura social de lo inconciliable─ e inician dinámicas punitivas y de vigilancia”. Por tanto, aceptar la “proliferación de dispositivos para la cancelación” equivale a asumir el imperativo moral fundamental de la utopía de la positividad, orientada a la supresión de la contradicción, la disparidad y la alteridad.
Prueger insiste que aquellos dispositivos de cancelación ─pregonados desde los auges que caracterizaron al primer año pandémico─, expresados a través de contenidos en los medios sociales y a instancias del contagio digital y del juzgamiento moral intersubjetivo, configuran descargas controladas y redireccionadas de malestares cada vez mayores inherentes a nuestras sociedades neoliberales occidentales, alimentadas de fetichismos sociales y que, el cancelador cree, resuelven los problemas estructurales sociales al expulsar a sujetos concretos. De nuevo, la vuelta de esquina a la ley de Talión: “si tu mano te hace pecar, córtatela”.
En complemento, Prueger sintetiza tres oportunidades primordiales de espontáneas dinámicas de autorregulación para este tipo de violencia en la sociedad con gran protagonismo de las plataformas digitales: “un primer momento es el señalamiento de la falta de un agente hacia otro” (esta idea proviene del redactor de grist, David Roberts: ante la posibilidad que la acusación sea falsa, es inevitable referirse a la posverdad); un segundo momento son “la enunciación y la legitimación de un discurso ‘intersubjetivo’ que pregona la inadmisibilidad de determinada conducta”, siendo este una dinámica signada por el contagio digital y el juzgamiento moral; y la tercera instancia es la “denuncia, condena y linchamiento digital, lo cual configura el escenario final de la cancelación o muerte digital”. En cualquiera de los tres tiempos la autoconsciencia de los usuarios de medios sociales puede silenciar los mensajes al confrontar, desmentir y dejar de compartir esas etiquetas de los supervisores.
Algunas otras maneras de contrarrestar las consecuencias nocivas de la cultura de la cancelación, que seguirá imponiéndose como ahogo social, es mediante la educación sobre el principio de proporcionalidad entre la ofensa y el castigo.
De nuevo, el trabajo investigativo de Pipa Norris contribuye a responder el interrogante, ¿Se observan diferencias entre ideas de izquierda y de derecha en los académicos? Con base en la encuesta “The World of Political Science, 2019” ─que recopiló 1.245 respuestas de politólogos que estudiaban o trabajaban en 23 posgrados en sociedades industriales de Estados Unidos, Europa y Australasia─ se proporcionan comparaciones transnacionales que indican “Hay experiencias notablemente similares en una variedad de sociedades postindustriales, especialmente en las democracias angloamericanas, que comparten tradiciones históricas y sistemas de educación superior similares”.
Por lo tanto, el patrón estadounidense de quienes están en la derecha ideológica notifica las peores experiencias de la cultura de la cancelación siendo claramente reflejado también en Canadá, Australia, Reino Unido, Alemania, Italia, Países Bajos, Rusia y, en menor medida, Suecia. La excepción es Nigeria donde no hay diferencias significativas entre izquierda y derecha en los profesores universitarios.
Este índice de la cultura de cancelación en las democracias angloamericanas se creó combinando tres elementos ─libertad académica para enseñar e investigar, respeto al debate abierto desde diversas perspectivas y presiones para ser políticamente correcto─ subyacentes a la pregunta, “A menudo se piensa que la vida académica está en estado de cambio. Utilizando la escala (mejoró mucho, mejoró un poco, no hubo cambios, empeoró un poco, empeoró mucho) y basándose en su propia experiencia, indique si cree que la calidad de aquellos tres aspectos en la vida académica ha cambiado en los últimos cinco años”.